No es lo que parece

martes, 27 de noviembre de 2007

LA PRÁCTICA DE LAS 100 FOTOS


En el momento en que el profesor nos dijo que debíamos hacer una práctica de cien fotos, se formó un murmullo en clase que insinuó lo descabellado de la idea, sobre todo por el dinero que nos podíamos gastar en revelado. Pero el asombro se convirtió en sonrisa, no por eso menos sorprendidos, al saber que eran fotos sin carrete. Debíamos de tirar cien fotos en un día. Como dijo nuestro profesor: “Debíamos aprender a ver el mundo a través de la cámara”.

Decidí llevarlo a cabo el domingo de esa semana. Por la mañana, cogí la cámara nada más levantarme. En mi piso no había problema. El cuarto estaba tímidamente iluminado por una luz anaranjada que se filtraba a a través de los agujeros de la persiana. Salí de mi cuarto y me dirigí a la cocina, la escena parecía pedir a gritos el siguiente título: "Una cocina de piso de estudiantes en una mañana de domingo", tan expresiva… así como los gestos de mis compañeras de piso desperezándose y su andar pesado y lento.

Salí a la calle a comprar el pan a una cafetería donde tomé un café mientras leía el periódico. Me apetecía estar tranquila. Me senté en un taburete que daba al ventanal del local, desde el que se veía la calle, paseada por familias, niños, abuelos… La luz clara de un soleado día de otoño entraba descaradamente a la cafetería y me hizo fruncir el ceño. Veía a las personas de la calle de una manera especial, siluetas a contraluz. No escuchaba sus voves tras el cristal, per veía sus sonrisas, sus lentos movimientos... cogí la camara yseguí haciendo fotos.

Al llegar a comer a casa, el mostrador de la cocina ya estaba lleno de ingredientes para cocinar. Trozos de cebolla iban cayendo del ágil cuchillo de Sofía; el vapor que salía de las cazuelas formaba un globo de humo que se escapaba por la campana; el grifo abierto dejaba escapar continuas gotitas de agua alrededor, mientras Bea lavaba unas hojas de lechuga. Unas fotografías llenas de sabores.

Después de comer, la calma. Las fotos podrían transmitirla con solo mostrar alguna cara con los ojos medio cerrados que se hundía sobre el cojín del sillón, la tele murmuraba de fondo.

Tengo que reconocer que durante ese día no saqué cien veces la cámara, pues a veces era demasiado comprometido. En esas ocasiones me limitaba a fotografiar mentalmente cada gesto o encuadre que merecía la pena ser inmortalizado en una sola imagen. Era como si todo despertara a mi alrededor, cada gesto, cada movimiento, la luz, los colores… cada segundo podría requerir una foto. Pero la verdad es que había momentos más especiales que otros, en los que parecía que todo lo que estaba ahí se ordenaba, como si la foto te estuviera esperando y tú sólo tienes que descubrirla. Parecía haber una armonía interna en todas las cosas.

María Castrillo Espino.

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